El Estado Profundo o Poder Real en la Tierra -es mi opinión- ha hecho un enorme y eficiente trabajo en su propósito de controlar y someter a la población del planeta. Planificado con gran profesionalismo, ejecutado fríamente por siglos y acelerado fuertemente en nuestros días, dando señales de que existe un «algo» inmanente que les exige alcanzar su objetivo ahora, como si a su vez temiesen…, probando así un poco del terror endémico que han infligido en las Naciones durante milenios.

Ortes y Malthus en el siglo XVIII parecen haber recibido el encargo de formalizar en nuestra era moderna la idea de limitar la cantidad de habitantes sobre el planeta, con su planteamiento de que el crecimiento natural de la población iba en rumbo de colisión con la disponibilidad de alimentos y recursos necesarios para todos, generando así una fundamentación «científica» para justificar la eugenesia y el genocidio, la que sería enormemente enriquecida en los siguientes dos siglos, eclosionando, como estamos viendo, en el siglo XXI.
Mucho más conocido es el trabajo de Darwin y Wallace en el siglo XIX, que sobre los hombros de otros grandes pensadores han pasado a la historia con el favor de la academia y del mismo Poder Real, al ser sus conclusiones funcionales al concepto falaz de que existen personas mejores que otras; seres humanos rescatables y seres humanos descartables.
No se trata esto de una teoría de conspiración. Esto ES una conspiración.
Es la conspiración más grande y permanente en la historia de la humanidad conocida, que jamás ha abandonado su objetivo de sometimiento absoluto de quienes habitamos la superficie terráquea.
Conspirar es, al decir de Marilyn Ferguson, respirar juntos; es decir que puede referirse a cualquier propósito compartido de un grupo de personas y, en este caso, adquiere plenitud de sentido a pesar de la enorme y constante campaña de los medios masivos de desinformación -de propiedad del mismo Poder- por distorsionar el concepto para acotarlo sólo a aquella práctica de imaginar o suponer la existencia de algún oscuro plan, y atribuírselo a algún grupo de personas muy poderosas, como si ello fuese algo absurdo o ridículo.
Adquiere plenitud de sentido porque es una conspiración de personas extremadamente poderosas en el mundo, con un mismo propósito que al día de hoy ni siquiera se molestan en disimular, tal como recuerdo en esta pequeña muestra de la imagen, con las aseveraciones documentadas de aquellos precursores ya señalados, y algunos personajes contemporáneos probadamente eugenésicos, que han expresado abiertamente lo que sin duda también aprueban muchos de sus pares, integrantes de la MetaÉlite mundial.
No reviste novedad señalar que las personas comunes, nosotros, la gente que constituimos las diversas Naciones de la Tierra, somos vistos desde la cima de la pirámide como meros recursos, unidades económicas o «comilones inútiles» como Henry Kissinger solía llamarnos.
En este contexto es legítimo pensar que el covid-19 es la más reciente campaña de terror, una más, desplegada por el Estado Profundo con aquel mismo propósito ya citado. No se trata de que la cepa no sea real, sino del hecho de que la han creado y soltado, con total impunidad, y a esta hora mantienen a media humanidad sometida a la incertidumbre, obligándonos a situarnos en algún punto del espacio que va desde hacer caso omiso hasta tener que confiar en los medios oficiales.
Como sabemos, un virus no es un organismo, sino una herramienta, un mecanismo inerte diseñado para acoplarse en algún tramo de nuestro ADN, para entonces comenzar a operar de acuerdo a su diseño, haciendo más o menos daño en el cuerpo humano de acuerdo a una serie de variables en general relacionadas a la condición de nuestro sistema inmune y al ambiente que nos rodea.
No me resulta posible atribuir esta nueva pandemia a «un error» o «al azar», sino a un intento intencionado más para acelerar la despoblación de la corteza terrestre, así como el mismo Poder Real viene haciendo por múltiples vías que en este artículo prefiero no comentar.
Y nosotros, la gente común, siempre estamos jugándonos la vida, sujetos a la voluntad de los muy pocos en la Tierra y en cada país, sin que hayamos hasta ahora conseguido hacer lo único que verdaderamente puede sacarnos de las garras de ese enorme Poder de Facto, de ese Verdadero Poder que juega con nuestra existencia sin contrapeso.
Lo único que podemos hacer para zafar de ese asfixiante control obligado, es asumir que ello está ocurriendo y que nosotros somos los principales responsables por permitirlo. Para ello debemos dejar de pelear entre nosotros, debemos dejar de ir a los frentes de combate a morir o matar sólo para beneficio de quienes generan sus guerras estúpidas movidos por intereses claramente egoístas de la MetaÉlite.
Debemos ser capaces de organizarnos en cada asentamiento humano, para tomar el control de nuestras propias vidas y nuestras comunidades. Debemos dejar de esperar que sean «otros» quienes se hagan cargo de nuestros asuntos, pues esos «otros», está comprobado, sólo se mueven por intereses propios, con toda la estructura de administración que han construido con nuestra anuencia, hasta que dejemos el infantilismo que nos define y decidamos actuar como adultos, esto es, por nosotros mismos.